lunes, 10 de noviembre de 2008

Notas al margen de la XVI Bienal de Arte Paiz

Texto que figura en la Revista de la Universidad de San Carlos de Guatemala
julio/septiembre/2008 / No. 9 La cita se hace con la autorización del editor.


Aparecí incluida, sin proponérmelo, en ese éxodo anual que emprende la clase pudiente del país a Miami para descansar a medio año. No vale la pena describir los motivos de mi viaje, pero sí la inesperada coincidencia. A mi lado iban sentados a largo de las dos horas que tarda el viaje, una joven pareja cuyo atuendo desafiaba la inusual informalidad de los viajeros y sintonizaba con las últimas tendencias del verano. Ella, cuyo reloj Cartier daba peso a los gestos de su mano, llevaba un strap less blanco y liviano. El, enfundado en unos jeans y una chaqueta beige, se pasó revisando en su lap top las fotos de los últimos días pasados en la estación de esquí con el resto de la familia. Cercanos al despegue, y porque un programa de la Bienal de Arte Paiz figuraba dentro de las revistas dispuestas a entretener a los viajeros, él dice a su joven esposa: “Fijate, mi amor, que en esta cuestión de la Bienal una artista fue a poner en la galería de mi papá unos trapos llenos de sangre. Es el colmo, ¿no te parece? Los artistas cada vez están más locos. Por supuesto, le dijimos que quitara esa cosa de la galería”. Y ella responde, “ay, ¡¡no puede ser!! Si la sangre es un líquido que da vida, ¿cómo es posible?” “Pues sí y además –añadió él- imagínate que le dieron el tercer lugar….”

A medida que el avión despegaba y experimentábamos todos esa sensación de liviandad con respecto de la realidad que queda rezagada y pequeña, pegada al piso, pensé que esta Bienal, que vino a revolucionar sus anteriores ediciones, a llenar tinta de periódicos, a generar nuevas discusiones, a desprender las cáscaras duras de la inevitable censura, a rebasar presupuestos monetarios y temporales, a desafiar los parámetros creativos de muchos artistas, a robustecer la solidaridad entre ellos y, quizá también a ahondar en los inevitables abismos de los egos, quedaba también, como un hecho lejano, en la conciencia de todos quienes la organizaron, la disfrutaron, la vilipendiaron, la defendieron.

Este joven matrimonio continuaba su summer break en Miami y para ellos, como para tantos otros guatemaltecos, esta actividad no pasó de ser un exhibicionismo más de la falta de sentido común, del regodeo del mal gusto, de los artistas y de toda esa palomilla de gente que se junta a su alrededor. Todo ello es parte de nuestra inevitable “circunstancia”. Esta nota al margen de lo acontecido está hecha con la única finalidad de interpretar, desde mi perspectiva, cuáles han sido las preocupaciones de los artistas invitados a participar, cómo han enfrentado ese reto y qué nos han dejado a los ávidos y cada vez más crecientes espectadores de este tipo de torneos.

La célebre frase de Ortega y Gasset, -autor que jamás podrá contar el número de veces que se ha citado su ya manida frase, aunque de forma incompleta-, sirvió de detonante reflexivo e inspirador para esta Bienal. No obstante, prefiero otro aspecto de su pensamiento que viene también al caso citar con ocasión de esta bienal de arte. En Introducción a Velásquez, este pensador que solemos adherir a la Generación del 98, escribió “Me tranquiliza la convicción adquirida en el estudio de la historia, de que la humanidad aprovecha todo, incluso la insensatez”. Ese optimismo orteguiano es sumamente rescatable, dado que la circunstancia que rodea a nuestros yos, no es precisamente halagüeña ni sensata. Pero hemos visto en esta ocasión que la insensatez ha hecho parir obras gigantes, en tamaño algunas y en sentido las más. Dado también que postmodernidad tiene la característica de plantear problemas y no resolverlos y provocar bastantes quebraderos de cabeza, he visto que las soluciones abiertas y no conclusivas que plantearon los artistas dan pie para que sigamos pensando, escribiendo y profundizando en cómo la sensatez nace precisamente de su opuesto.

Con el ánimo de aclararme yo y de paso, quizá esperando demasiado de estos comentarios, aclarar a otros, esta Bienal ha sido el gozne que ha abierto una nueva etapa en el desarrollo de las artes de nuestro país. Si Luis Díaz, por ejemplo, ya había acometido contra una tela a fuerza de pedradas, esta vez, su obra “releída” en el Paraninfo de la antigua Escuela de Medicina, aparecía revestida de una solemnidad que adoleció en su original propuesta en el techo del Centro Cultural Metropolitano. El suelo ajedrezado del recinto y la vidriera de la puerta que le servía de fondo rompían el discurso de lo contemporáneo por la presencia de elementos comunes en el interior de esta edificación levantada entre 1926 y 1930. El desfase temporal entre obra y escenario salía por los poros del conjunto y me situaba rápidamente ante el olor a bomba lacrimógena que tantas veces avanzó por todo el callejón de la 12 Calle “A” y nos dejaba llorosos, con la garganta asfixiada, ansiando tiempos en que los estudiantes dejaran esa manera de mezclarse en la política. Y es que Luis Díaz adoptó una fase artística de ataque y de confrontación hacia el poder y sus formas represoras de imponerlo después de haber mantenido un purismo formal minimalista que configuró al lado de Danny Schafer. La relectura de ese lienzo arremetido a pedradas fue poderosa en significados. También fue refrescante ver elementos del mundo de Mérida, González Goyri, Wilfreda López y Francisco Auyón puestos ante nuestra mirada que de tanto ver buses, paredes descascaradas, vendedores en las calles, encontraron en Artecentro una mezcla de relax sensorial y conciencia histórica.

Así como Luis, Jamie Bischof, otra artista setentera con lenguaje muy depurado y sintético, participó en la Bienal con un homenaje a los conductores de buses. Los trozos de llantas que pegó a las superficies deslumbrantes de aluminio y que fueron instaladas en el suelo del Museo Nacional de Arte Moderno, Carlos Mérida, también dislocaban el tiempo y las retóricas de hace cuarenta años a la vez que conversaban con el diseño del suelo del otrora salón de bailes. Vale la pena mencionar que Jamie, de no haber sido invitada a participar en la Bienal, no habría nunca incluido llantas usadas de camioneta en sus obras como un listón fúnebre, rugoso, lodoso y bello a la vez.

Situarse en el MUSAC y acceder a ese cuartito que Lourdes de la Riva construyó para proyectar el video que mostraba la recolección manual y humana y el estruendo de la desintegración mecánica y violenta de la caña de azúcar permitía advertir los procesos de consolidación social de nuestra nación y el desgaste y destrucción que han prevalecido en su desarrollo. Esta artista que ha trabajado en torno a las formas naturales y la preocupación por su rescate y, al mismo tiempo, por el rescate de lo humano, y alcanzó con esta obra un nuevo punto de discusión: las fuerzas de producción y el progreso confrontadas con la violencia y la inherente aniquilación.

Sirvan estos ejemplos para apuntalar un argumento que no querría dejar escapar: la forma en que fue organizada y exhibida la XVI Bienal de Arte Paiz nos dio la posibilidad de ver con ojos distintos la ciudad en que vivimos, nos permitió examinar nuestra propia historia, y sobre todo, nos brindó la opción de sopesar cómo los artistas invitados consolidaron sus propuestas y cómo algunas de sus obras rebasaron incluso sus propias expectativas, dada su interacción con los escenarios, con el público, con las autoridades y con la prensa. Todo ello porque al echar a rodar un evento de esta naturaleza el sinnúmero de elementos que se le van sumando y pegando a medida que avanza lo carga con la vida todos los participantes y le añade el carácter de obra viva y que se está haciendo con la presencia y en la conciencia de todos.

A manera de intento por ordenar la participación de los artistas según sus maneras peculiares de abordar “la circunstancia” de sus yos que al fin y al cabo es también la de todos, cerca de diecisiete artistas abordaron la manera en que en Guatemala se “sobrevive” o incluso aludían a lo que nos “sobrevive”. Si bien es cierto que dos de las piezas situadas en la Casa Ibárgüen aparecían bajo ese expreso título, el torso en resina acrílica de María Dolores Castellanos, aludía a un dolor personal, íntimo, a una amputación a pesar de la cual se puede seguir viviendo no sin experimentar sus cicatrices; la instalación de Paola Beverini, se refería a la manera en que la prensa amarillista llega a invadir nuestra vida, metiéndose por las cañerías y contaminando el agua limpia de nuestras conciencias y esperanzas. Los perros de Mazariegos son también sobrevivientes callejeros; paradójicamente el que fue borrado por la censura perdurará más en la memoria de todos como una anécdota agridulce y no desprovista de sentido del humor. La pesa de Angel Poyón que medía la densidad del tiempo vivido también ronda esta temática y nos reclama que no se puede vivir de cualquier manera, nuestra vida cuenta y más nos vale ponerle peso. El texto de Roni Mocán señaló claramente esa manera nuestra de mal vivir echándole la culpa al otro y evadiendo la propia responsabilidad. Mariadela Díaz en su video destacó nuestro “eterno retorno” a lo mismo, evidenciando lo poco que avanzamos como país a pesar de repetidos intentos. Alejandro Marré con ese trofeo deconstruido glosa el triunfo fatuo, la desproporción malsana de premiar el mínimo esfuerzo y que ha desencadenado la boyante industria de esos atrapa polvos que se convierten esos accesorios en la casa de los merecedores. La instalación de Guillermo Gutiérrez recrea la pared de una casa cercana al Pacífico, pared que tenía la peculiaridad de mostrar a todos los familiares del dueño, consolidando así su estirpe, su origen y su propio orgullo; una manera de vivir anclado a las raíces. Las fotografías de Hugo Pichiyá documentaron la carencia del agua en distintos municipios guatemaltecos, los éxodos de los vecinos para conseguirla y esa dramática situación a la que lastimosamente se han adaptado ya. Jorge de León también se refiere al agua, a ese paisaje urbano y rural de los charcos en la época de lluvias; charcos producidos y ahondados por la falta de tragantes y calles. Alejandro Anzueto recrea un edén, donde los únicos habitantes disfrutan sin ropa alguna del contacto con la naturaleza y pasean alegremente por un nicho de verdor, con un atractivo río, bosques, y lejano al concreto, a la contaminación y a la violencia. Rodolfo Walsh nos da una lección darviniana acerca de la selección natural y la capacidad de perdurar por ser más fuerte; claramente, el plástico se instala en las playas y no se degrada. Luis Fernando Ponce, al revestir de cobre objetos que actualmente usamos ha fabricado antigüedades de nuestra era, y sus objetos se erigen como testigos durables de los tiempos consumistas que vivimos. Luis Fernando Poyón se sirve del pajarito adiestrado en sacar papelitos que auguran la buena suerte para lanzar malas noticias y fatalidades, refiriéndose a la ausencia de un futuro esperanzador. Mario Santizo, al apropiarse y reinterpretar distintas pinturas clásicas, trastocando a los personajes originales por integrantes de nuestra sociedad, también pone de relieve la forma en que sobrevivimos, con amores traicionados, enfrentamientos entre policías y maras y visiones religiosas. A través de su cuidadosa construcción de escenas y de su congelado dinamismo, nos pone delante de la insensatez de tantas situaciones nos rodean, y nos permite penetrar en realidades que, de otra forma no nos parecerían tan obvias. Su versión de la Rendición velazqueña retrata ese clima de enfrentamiento, de guasa, de pantomima que impera en quienes ejercen el poder.

Ya Miguel Flores ha ahondado en la propuesta de Latin Toys hecha por el Colectivo la Torana[1], y en términos generales no veo sino la distorsión del juego, la perversión de la inocencia, la introducción de lo antinatural en cada uno de esos juguetes dislocados, como símbolos de los valores al revés que se viven en este país y en todo el mundo. La propuesta ha señalado un gran salto en la solidez y coherencia con que estos jóvenes trabajan, discuten, aprenden y argumentan a través de sus creaciones.

Veo en las obras de Alejandra Mastro, Daniel Chauche, Jose Manuel Mayorga y Guillermo Maldonado el empeño por recuperar el estatuto personal de muchas personas que pasan inadvertidas en nuestro país. Ancianos, gente corriente, jóvenes, travestis forman ese conglomerado anónimo que nadie ve, que resulta invisible para tantos y que vive, al igual que todos, dentro de la lógica ilógica de nuestra circunstancia. Alejandra logró una atmósfera en su instalación de fotografías dispuestas en croquis de tamaño natural y sus “peatones” venían a nuestro encuentro rodeados de fotos de la calle y un audio de la misma. Chauche destacó la hermosura de la arruga en rostros desdentados y de miradas ausentes. Mayorga retrató a los paseantes del Parque Central y a los protagonistas de los desfiles frente al Palacio. Los enormes formatos y la ubicación de su obra jugaba un tanto al camuflaje con el escenario escogido: el frente de la Concha Acústica. Guillermo Maldonado ya había trabajado el grabado como si de papel tapiz en muros urbanos se tratara; sus rostros de jóvenes mujeres servían de marco y se fundían con el fragor de la 5ª. Avenida y 9ª. Calle.

Daniel Hernández-Salazar, Isabel Ruiz y Jamie Bischof cada uno con medios que ha venido trabajando (fotografía, instalación de telas/pañuelos, esculturas de pared en lámina de aluminio) rendían homenaje a tantos desaparecidos. Su ausencia se percibía a través de una presencia bien conjurada por estos artistas.

También la ausencia, pero en el caso de Jaime Permuth, de una acción política fuerte y decidida fue evidenciada por su serie fotográfica que registró como quien registra fósiles de otra era e inoperantes de la actualidad, la propaganda política previa a las elecciones y desplegada en los sitios más recónditos y anacrónicos de nuestra topografía.

La presencia de las maras en distintos estratos sociales fue registrada por Regina José Galindo en un video carente de convicción y fuerza. Probablemente el miedo escénico de las protagonistas hizo notar una falta de garra en lo que hacían. El dibujo in situ hecho por el Colectivo La Torana también alude a la amenaza que estos grupos se han convertido para todos. Alberto Rodríguez apuntó la inseguridad que experimentan los viajeros en los buses urbanos, inseguridad provocada no sólo por las maras, sino también por los asaltantes y bandoleros comunes. Fotografías en sepia de la intervención con frases en castellano y lenguas mayas en los asientos de buses urbanos hecha por Alberto Rodríguez (Aquí es Xibalbá) pudieron apreciarse en la Casa Ibárgüen y evocaron ese inframundo que ahora ha subido a la superficie.

Obras que exploran más la intimidad y menos de aspectos sociales y externos son las de Sandra Monterroso -cuyo video nos colocó en dos pantallas frente a la codependencia y la incomunicación- y la de Luis González Palma y Graciela de Oliveira que presentaron un libro objeto el cual, empapado en nostalgia, discurría en torno a la separación y, en definitiva, a la sobrevivencia.

Curiosamente sólo Sandra Sebastián afronta algunos aspectos de las migraciones. Sus fotografías de personas que han encontrado empleo en el extranjero hablan efectivamente de otro futuro, otra jurisdicción y otro ingreso per cápita. Este tema se encuentra cercano al de la identidad y la discriminación y o inclusión y respeto, asuntos que fueron abordados por David Sánchez con su gobelino hecho de toallas con la imagen de importanción de “la indita” guatemalteca, por las fotografías de Andrea Aragón, la poblada serie de perfiles de Andrés Asturias y las fotografías, ahora excepcionalmente grandes e impresas en plástico y no en papel, de José Manuel Mayorga.

El afán de protegerse lo vimos en el tuc, tuc blindado y muy bien acondicionado de Verónica Riedel, su estética autobusera y reguetona tuvo un alto componente lúdico y humorístico. Abel López, también dentro del ambiente de los transportes, invoca una iconografía religiosa y Jessica Kairé apunta una consideración en torno a la seguridad que dan las sombrillas y los solideos en el caso de la vestimenta religiosa católica o los kipot –que significan cúpula, o parte superior- de los judíos y cuyo significado imagino que la artista ha extendido a la protección que la religión ofrece. De forma similar, el audio de Jessica Lagunas propone cómo en la fe sólo hace falta oír para creer y encontrar allí una seguridad vital.

Los paisajes de Moisés Barrios, curiosamente los únicos lienzos presentados en la bienal, son una continuación de su serie del Pacífico. En esta ocasión, la tremenda carga socio histórica que el autor ha venido infundiendo a sus cuadros aparece tan purificada que casi es imperceptible. En forma latente, para quienes han seguido su trayectoria, puede advertirse su crítica hacia la visión idealizante –the tropical dream- del paraíso utópico.

No podía escapar como inspiración servida en bandeja la cifra monetaria que la Fundación Paiz dio a cada artista invitado. Ese ajustarse al presupuesto fue el detonante de obras como la instalación de Alejandro Paz y el objeto de Yasmin Hage.

Veo en las obras presentadas por Darío Escobar, Dennis Leder, Diana de Solares y Stefan Benchoam un aludir a otro tipo de realidades: juegos de espacio, de luz, de sombras. Quizá el sentido íntimamente individual de estas creaciones, los visitantes pudimos respirar un poco y “pedir pelo” de tanta confrontación, de tanto nudo en la garganta. Fueron, efectivamente, respiros que, lejos de exprimirnos los pulmones, los llenaron de aire por su lucidez formal y estética.

No querría que prevalecieran las inacabables discusiones sobre las obras censuradas, ni los discursos en relación al papel de los curadores o al escaso presupuesto con que contaron los artistas e incluso el discutible hecho de que los premios implican la adquisición de las obras premiadas. No me interesan las políticas culturales, los paradigmas mercantiles, ni las tribunas abiertas de intelectuales que se sirven muchas veces del arte para hablar de sí mismos. Pienso que el esfuerzo y los resultados están muy por encima de esas rencillas y vale la pena ahondar en el salto creativo que dieron los artistas participantes. El simple hecho de mostrar sus obras en sitios ajenos a los circuitos convencionales, a contar con la compañía-guía de un curador y a ser parte de esta renovación de la bienal ya es un saldo a favor en toda su experiencia.

Debo admitir que he sido muy superficial en mi visión de esa joven pareja a la que aludo al principio de este artículo, pues los he archivado como representantes de una élite y nada más. No pierdo de vista que, más allá de las apariencias, siempre late un fondo inaccesible e inabarcable en toda persona. Pues así como yo he sido injusta, ellos lo han sido con la obra de Isabel. El incidente me dejó deseando que las futuras bienales no corran por la avenida ancha de las opiniones rápidas y poco ponderadas, sino que vayan encontrando veredas de mayor profundidad en nuestras cabezas.

La segunda parte –y menos conocida- de la frase de Ortega Gasset dice, “y si no la salvo a ella, no me salvo yo[2]” revela cómo en la antropología orteguiana el ser humano tiene tal densidad ontológica que es capaz de dar y dar tanto que al mejorar su entorno de robote mejora él. En Ortega, la capacidad manifestativa del ser humano redunda en el bien de todos; de allí su optimismo. Y ahora pregunto yo, ¿no han hecho precisamente esto nuestros artistas? En ese desborde suyo y de la manera en que han participado en esta Bienal, para concursar, para hablar, para dar un testimonio, para argumentar, para discutir y para dar de sí, ¿no hemos mejorado todos? Pienso que sí porque cuando las cosas nacen de donde deben nacer, y en este caso, del alma de cada creador, todos ganamos. El tejido social está hecho para redundar en el crecimiento y mejora de lo individual, está hecho para crezcamos, para que nos mejoremos como personas; no para que nos aislemos, sino para que cada quien ayude al otro a encontrar la propia razón de vivir. En esta ocasión, los artistas no han zafado bulto.


s. herrera u.
agosto, 2008




Bibliografía
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· Zardetto, Carol “La ciudad y los perros, La libertad traería mucho desorden. Debe ser limitada” El Periódico, Opinión, recuperado el 11.08.08, http://www.elperiodico.com.gt/es/20080711/opinion/61103/





[1] Malestar en la jugueteria de Miguel Flores: http://www.elperiodico.com.gt/es/20080727/elacordeon/62926/
[2] “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” en Meditaciones del Quijote.